La tan mencionada rendición, palabra que en los últimos tiempos se ha puesto muy de moda en cuanto a temas de espiritualidad y de consciencia se refiere, es muchas veces malinterpretada.
Rendición, no sólo quiere decir bajar los brazos y darse por vencido, dejándose avasallar por la derrota, aunque es una de sus acepciones más frecuentes: «Ríndete, nunca alcanzarás tus sueños», «quedaron rendidos por sus oponentes» o bien «las tropas se rindieron ante el tirano».
Sin embargo, su significado en el contexto de la espiritualidad, la consciencia y el desarrollo humano, es otro por completo. Y aunque ambos usos; rendición y rendirse, suenan parecido, ambos contienen energías completamente opuestas.
Un día, mientras me encontraba en un retiro en la I, que es la casa de consciencia de Isha Judd, mi maestra. Escuchaba, junto con decenas de personas más, un Darshan. Un Darshan, es básicamente una sesión, en donde los alumnos que practicamos su sistema, hacemos una serie de preguntas relacionadas a la consciencia, mientras ella nos responde. Una alumna le preguntó, que cuál era la diferencia entre “rendición” y “derrotarse”. Su respuesta me impactó, y aquí, voy a intentar parafrasear lo que yo pude absorber de su respuesta, la cual me pareció magistral y esclarecedora.
«La rendición, es decirle SI al universo.» (Y mi corazón dio un salto dentro de mi pecho).
Es como si todos tuviéramos una caja llena de creencias y de ideas sobre lo que somos y lo que creemos que debería ser la vida. Ideas que heredamos y que las usamos para sentir seguridad y amor. Ideas muchas veces muy rígidas y limitadas.
Pues la rendición es soltarlo todo, para abrazar lo que es.
Deshacernos por completo de ese apego, de como nosotros creemos que deberían ser las cosas, los demás y nosotros mismos, para aceptar y abrazar lo que en realidad es.
Lo que es, más allá de las ideas, las etiquetas, los deberías y la rigidez de la mente. Soltar lo ilusorio y limitado de los conceptos y los cajoncitos estrictos en donde pretendemos organizar la vida para comprenderla. Abrirnos a lo que no se puede definir ni entender con palabras, abrazar lo infinito, lo incierto, lo incondicional y eterno. Confiando en la maravillosa perfección de la vida.
La rendición abre los brazos, suelta dichosa y sonriente. Se para en la grandeza y la confianza de que hay algo más grande que nos sostiene a cada paso. No necesita contralor todo, puede soltar, confiar y fluir en dicha, con la certeza y la tranquilidad de que siempre se tiene lo que se necesita en cada paso. Confía en que el camino va apareciendo conforme damos los pasos con fe ciega y confianza en nosotros mismos. La confianza que mora en nuestro interior y no en nada externo y cambiante. Descansa en la certeza de que siempre tendremos los recursos internos para usar todo para nuestro más alto bien. Todo lo que nos suceda, las experiencias gratas, las que no lo son tanto, los eventos, los movimientos, y acontecimientos, pueden ser usados para nuestra evolución. La rendición permite que la vida tenga un movimiento natural, que nos lleva a experimentarla sin resistencias.
El derrotarnos, por otro lado, nos hace sentir que nos conformamos, por que no podemos hacer más, nos hace sentir resentidos, pequeños, densos y víctimas. Así que no, no es lo mismo. La sensación interna que ambas experiencias dan como resultado, son infinitamente diferentes.
Si estamos inmersos en el océano de la vida, ¿por qué intentamos nadar en sentido contrario a las olas? La cantidad de energía que desperdiciamos en hacerlo es monumental. Y la noticia es, que nunca lograremos cambiar el sentido y las corrientes marinas. Podemos intentar con una cubeta, tomar agua y lanzarla en la dirección deseada, sin causar mayor efecto en el movimiento natural de las olas. Lo único que logramos, es generar en nosotros un desgaste de tiempo y de energía vital. Energía que necesitamos aprovechar y optimizar en espacios donde sí podemos generar una transformación.
¿Qué pasaría si en vez de pelear contra las olas, me dejo llevar por ellas? En su flujo y movimiento natural, me permito ir aprovechando su danza que me guía, me eleva, me transforma. En esa inercia natural, voy surcando el mar como un delfín que va dando saltos dichosos y plenos.
Piensa en un río que fluye cristalino, el cual de pronto experimenta un movimiento interno que levanta la tierra del fondo. Ahora ese río se aprecia nublado y turbio. Sería locura meternos al río e intentar pisarlo para asentar la tierra. Ella se asentará en su tiempo, a su forma y de manera perfecta. Sólo necesito confiar, permitir que la vida en su propio tiempo, regrese cada particula de tierra al fondo.
Esa quietud dentro del río, esa confianza y el permitir su cauce de forma natural y en dicha.
Eso, es rendición.