Las emociones son visitantes en nuestro hogar. No saben mucho de etiqueta y llegan cuando quieren. Es más, aún cuando las hemos corrido a patadas en anteriores ocasiones, y puesto un cartel en la entrada de: prohibido entrar, ellas insisten en regresar y con más presencia. A veces incluso, se niegan a irse, y pareciera que ante nuestra urgencia por verlas marchar, con mas entusiasmo se arraigan.
Podría decirse que algunas rayan en ser inoportunas, mal educadas, ruidosas, escandalosas y francamente incómodas. Otras se instalan sigilosamente por días enteros, semanas, años. A veces se cuelan por la ventana silenciosas y en menos de lo que podemos imaginar, ya han acomodado su cepillo de dientes en el tocador y han ocupado los cajones que destinamos a las visitas que si son bienvenidas.
Se quedan el tiempo que les place, y parecen fortalecerse cada vez que las juzgamos y las rechazamos. Como que se envalentonan y toman un protagonismo inimaginable. En ocasiones hay personas que buscan mirar a otro lado y francamente las ignoran, creyendo que eso las ahuyentará. Nada más falso. Ya que al ignorarlas, en cuestión de momentos, ellas ya han tomado el dominio de nuestra casa, convocado a elecciones e instaurado un nuevo régimen.
Vale la pena decir, que nuestras emociones nos son buenas ni malas. Algunas son francamente confrotantes e incómodas, pero todas, albergan en su interior, un mensaje para nosotros, los dueños del hogar.
Leíste bien; las emociones son mensajeras, y ¿qué desea hacer un mensajero? Pues simple, entregar su mensaje.
Muchas veces, llegan y se instalan, pero solamente nos revelan ese mensaje con el paso del tiempo y a partir de que nos decidimos a prestarles atención. Muchas personas reciben a las emociones con aparente amabilidad y soltura, sin embargo comienzan a exigirles que revelen su sentido y mensaje cuanto antes, casi tronándoles los dedos, para que puedan mirarlas marcharse. Pero no funciona así, uno no puede pararse frente al botón de una rosa y pedirle a gritos que florezca, uno, necesita saber esperar y confiar en los tiempos de cada cosa. Algunos mensajes se van revelando a cuenta gotas, y en otros momentos, ellas nos sueltan claridades de golpe y frente a nuestras narices. Pero invariablemente, las emociones siempre traen un mensaje, que nosotros los inquilinos, podemos y deberíamos aprovechar.
Lo mejor que puedes hacer cuando una emoción te visita, es no resistirla. Invítala a pasar, cuelga su abrigo, que al fin, ya está en tu casa. Permítele que se siente, ofrécele una taza de té, obsérvala, sonríele, dale intencionalmente el foco de tu atención, y escucha el mensaje que te trae. Pregúntale si toma azúcar, leche descremada o deslactosada. Recíbela con una verdadera bienvenida de apertura y amor. A veces las emociones traen disfraces francamente feos o que nos dan miedo, pero no vienen nunca a dañarte. Lo único que piden es ser reconocidas, vistas, escuchadas y tocadas con amor. Ahora es tu invitada y si la recibes con generosa hospitalidad, ella sin duda, te mostrará algo sobre tí mismo, que antes y sin su ayuda, no habrías podido ver. Ella definitivamente no desea mudarse a tu hogar, eso es algo que va contras propia naturaleza nómada. Pero si no es escuchada y atendida, se quedará el tiempo que sea necesario, hasta que lo hagas.
No tengas prisa por que se tome su té y rápido se marche. Déjala estar, sé paciente, amoroso, compasivo y muestra genuino interés en ella. Una emoción que se siente no bienvenida, se vuelve más densa y pesada, se hace crónica y se aferra a quedarse, causando verdaderos estragos en tu hogar.
Así que déjala llegar, déjala estar, déjala enseñarte y siéntela disolverse a partir de tu aceptación y tu abrazo. Si la recibes con amor, puede que a la mañana siguiente, ella ya se haya retirado.
Las emociones son mensajeras y no estamos diseñados para almacenarlas, sino para amorosamente dejarlas pasar a través de nosotros. Aprendiendo de ellas, todo lo que vinieron a enseñarnos. Comprendiendo que las emociones pueden ir y venir, pero que no son la esencia de lo que somos. Habremos de recibir muchísimas de sus visitas a lo largo de nuestra experiencia humana y está muy bien. Ellas son verdaderas aliadas en el proceso del autoconocimiento y del mejoramiento de la relación que tenemos con nosotros mismos y con lo que nos rodea.
No son buenas y no son malas, simplemente son.
El ser hospitalario con ellas, significa abrazar tu dimensión humana en su totalidad, con amor y sabiduría. Si siempre hiciste lo contrario, intenta ahora darles la bienvenida y observa lo que acontece.
Con amor
Sandy